Zaragoza by Benito Pérez Galdós

Zaragoza by Benito Pérez Galdós

autor:Benito Pérez Galdós [Pérez Galdós, Benito]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1874-01-01T05:00:00+00:00


- XVIII -

OS franceses habíanse apoderado también de la batería de los Mártires, y en aquella misma tarde fueron dueños de las ruinas de Santa Engracia y del convento de Trinitarios. ¿Se concibe que continúe la resistencia de una plaza después de perdido lo más importante de su circuito? No, no se concibe, ni en las previsiones del arte militar ha entrado nunca que, apoderado el enemigo de la muralla por la superioridad incontrastable de su fuerza material, ofrezcan[31] las casas nuevas líneas de fortificaciones, improvisadas por la iniciativa de cada vecino; no se concibe que, tomada una casa, sea preciso organizar un verdadero plan de sitio para tomar la inmediata, empleando la zapa, la mina y ataques parciales a la bayoneta, desarrollando contra un tabique ingeniosa estratagema; no se concibe que tomada una acera sea preciso para pasar a la de enfrente poner en ejecución las teorías de Vauban, y que para saltar un arroyo sea preciso hacer paralelas, zig-zags y caminos cubiertos.

Los generales franceses se llevaban las manos a la cabeza diciendo: «Esto no se parece a nada de lo que hemos visto». En los gloriosos anales del imperio se encuentran muchos partes como este: «Hemos entrado en Spandau; mañana estaremos en Berlín». Lo que aún no se había escrito era lo siguiente: «Después de dos días y dos noches de combate hemos tomado la casa número 1 de la calle de Pabostre. Ignoramos cuándo se podrá tomar el número 2».

No tuvimos tiempo para reposar. Los dos cañones que enfilaban la calle de Pabostre, en el ángulo de Puerta Quemada, se habían quedado sin gente. Unos corrimos a servirlo, y el resto del batallón ocupó varias casas en la calle de Palomar. Los franceses dejaron de hacer fuego de cañón contra los edificios que habíamos abandonado, ocupándose precipitadamente en repararlos como pudieron. Lo que amenazaba ruina lo demolían, y tapiaban los huecos con vigas, cascajo y sacas de lana.

Como no podían atravesar sin riesgo el espacio intermedio entre los restos de muralla y sus nuevos alojamientos, comenzaron a abrir una zanja en zig-zag desde el Molino de la ciudad a la casa que antes ocupáramos nosotros, la cual, sólo conservaba en buen estado para alojamiento la planta baja.

Al punto comprendimos que una vez dueños de aquella casa, procurarían, derribando tabiques, apoderarse de toda la manzana, y para evitarlo la tropa disponible fue distribuida en guarniciones que ocuparon todos los edificios donde había peligro. Al mismo tiempo se levantaban barricadas en las bocacalles, aprovechando los escombros. Nos pusimos a trabajar con ardor frenético en distintas faenas, entre las cuales la menos penosa era seguramente la de batirnos. Dentro de las casas arrojábamos por los balcones todos los muebles; afuera transportábamos heridos o arrimábamos los muertos al zócalo de los edificios, pues las únicas honras fúnebres que por entonces podían hacérseles, consistían en quitarlos de donde estorbaban.

Quisieron también los franceses ganar a Santa Mónica, convento situado en la línea de las Tenerías, más al Norte de la calle de Pabostre;



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